viernes, 6 de noviembre de 2009

EL MOMENTO (26 de octubre de 2.009)

A las dos y media de la mañana del viernes, aún resiste la sonrisa del camarero (¿peruano?, ¿boliviano?) que nos atiende en el VIPS de Alcalá quinientos y pico. El guarda de seguridad del edificio (¿boliviano?, ¿peruano?) también sonríe al vernos volver, una hora y media después de lo previsto. Dan las seis y entonces salimos del estudio. A esa hora, poco menos, acabamos de ver, los cinco, el cortometraje terminado, su luz y su sonido consumados. Dando tumbos, con ánimos para comentar, alargamos un Madrid repleto de esquinas, y de coches que se diluyen a las siete de la mañana como por un hechizo gallego. Unos quedarán en Madrid, otro viajará a Alicante a enfrentarse al Doctor No con astucia y paciencia. Pero eso será después. Volveremos nosotros a casa tras pasar lo que queda de noche y el arranque de la mañana apurando el imposible silencio de una ciudad en la que un quiosquero cierra al alba mientras otro abre un segundo después, portando las mismas noticias ya muertas al amanecer.
Esa mañana del barrio de Salamanca me sorprende desayunando entre señoras férreas como tiestos en su homenaje al uniforme de una clase tan caduca como triunfal. En el apartamento prestado se duerme bien, pero las paredes son de papel de fumar y yo estoy ya acostumbrado a los muros de metro y medio. Comer, comimos estupendamente, pero da coraje hacerlo en una terraza a finales de octubre. Hablar, hablo mucho. Cómo será el siguiente, cómo adaptaremos la novela, qué tal nos irá. Daniel habrá amanecido junto a sus hijos Noa y Joel, y Juanjo renunciará al gimnasio sin saber exactamente cómo explicarse esa madrugada, intensa pero no la granadina que le había preparado el destino. Al volver, la tarde cae sobre Malpartida de Plasencia y entonces, hasta el toro de Osborne es hermoso a contraluz. Cuando llegamos a casa, esta película es historia. Pequeña, un pequeño silencio volcado en el asfalto. No ha llegado el momento de marcharnos.

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